Baúl de letras

Porque siempre tendrán algo que decirnos

Archivo de marzo, 2009

No eran indiferentes (breve cuento)

El sonido de las balas cada vez se escuchaba más cerca; entonces todos alzaban la voz para no escuchar, y formaron una fiesta cuyo motivo siempre ignoré.
Todos a su manera buscaban la forma de hacer ruido. Vi a Julio entrar en su casa y subir el volumen al estéreo.
María Inés pisaba incansablemente el pedal de su máquina de coser para no darle oportunidad a sus oídos de escuchar las detonaciones.
Los niños en el parque gritaban muy fuerte e improvisaban rondas interminables.
Callar significaba escuchar y aceptar la guerra.
Pero la sentencia se había dictado ya contra mi pueblo; nuestro destino era ineluctable.
Una especie de mórbida realidad me obligó a salir al balcón para mirar como, con gran diligencia se acercaban las tropas. Cada estallido me procuraba un estremecimiento mortal.
En ese momento me di cuenta de que mi pueblo no era indiferente a su condena; ellos solo disfrazaban su miedo con una actitud de fiesta.

Evolución

Algo ha cambiado; el paisaje es otro porque alguien hace falta en él.
Su ausencia basta para que todo se modifique; el olor, el color; la percepción es otra.
El mundo que él le significaba ya no está y ahora todo es desierto a su alrededor; hasta el más verde bosque está seco.
Todo es oscuridad, la luz del día no llega y la noche es eterna.
El recuerdo insiste y se hace terco; el recuerdo es impertinente y se torna necio.

El juego del callar

Callaba poco a poco, callaba lentamente; cada vez decía menos, cada vez quitaba algunas sílabas más.
Callaba porque las palabras ya no surtían efecto; callaba porque ya el silencio era más locuaz.
Comencé a callar una tarde fría, comencé a callar mientras decía y cada vez decía menos.
También el felino parecía entrar en el juego del callar; su lenguaje era de ausencias y pisadas silenciosas.
Y el callar seguía su curso.
Callaba para ahorrar aliento; callaba para oír al viento; callaba para no escuchar.